Desde que se firmó el alto al fuego en octubre de 2025, una nueva frontera militar impuesta en tándem por Estados Unidos e Israel dentro de la Franja de Gaza no deja de expandirse. Se trata de la llamada “Línea Amarilla”, una demarcación que avanza lentamente hacia el oeste, llegando a nuevos barrios enteros y provocando el desplazamiento silencioso de miles de palestinos.
Ahmed Hamed, un periodista palestino de 31 años que vive en Gaza, contó a Middle East Eye que cuando volvió a su casa tras el cese al fuego, esta se encontraba a unos 1,5 kilómetros de la Línea Amarilla. A dos meses, esa distancia se redujo a apenas 200 metros. “Antes de que terminara la guerra, nuestra casa estaba en una zona peligrosa y nos costaba regresar”, explicó. Luego de esperar dos semanas para asegurar que la zona fuera segura, su familia volvió al barrio de Shujaiya, en el este de Gaza.
Pero la calma duró poco. Apenas regresaron, los sonidos de bombardeos y disparos se hicieron constantes. “Desde el primer día que volvimos, escuchamos bombardeos, demoliciones y disparos que empezaban al atardecer y seguían hasta el amanecer”, narró Hamed. Al principio, creían que los ataques estaban lejos porque la Línea Amarilla aún estaba distante, pero ahora pueden ver desde su ventana los bloques de concreto amarillos que las fuerzas israelíes colocaron para marcar el límite.
Esta línea militar establecida en el plan de Paz de Donald Trump prohíbe a los palestinos acceder a amplias zonas al norte, sur y este de Gaza. Desde el alto al fuego, avanzó más de un kilómetro hacia el oeste y ya cubre cerca del 53% del territorio. Cada nueva extensión viene acompañada por bloques de concreto amarillo que aparecen en medio de barrios residenciales.
Hamed señaló que miles de hogares quedaron atrapados entre la posición inicial de la línea y su avance actual. Muchas familias que regresaron a sus casas intentaron reconstruir sus vidas, instalando generadores e incluso conexión a internet. Sin embargo, una noche se despertaron con disparos intensos y encontraron un bloque amarillo justo en medio de la calle. “Reunieron sus pertenencias y huyeron bajo fuego en plena noche”, relató.
En algunos casos, los vecinos quedaron atrapados dentro de sus casas durante horas por los bombardeos antes de salir y descubrir que la línea había avanzado sin aviso. Así, la frontera se movió silenciosamente, provocando desplazamientos que casi no reciben atención mediática. “Hay una ola enorme de desplazamiento y nadie la cubre”, afirmó Hamed. “Las familias huyen en silencio. Durante la guerra, se hablaba de nuestro sufrimiento y eso aliviaba un poco el dolor, pero ahora nadie dice nada. Imaginate la angustia: agradecimos que nuestras casas sobrevivieran a dos años de genocidio y ahora las estamos perdiendo en el alto al fuego.”
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Desde su hogar, Hamed puede ver tanques y vehículos militares israelíes patrullando y disparando hacia los barrios que quedan fuera de la línea. En una tragedia personal, la esposa de su primo, Samar Abu Waked, madre de tres hijos, murió tras recibir un disparo en la cabeza cerca de su casa, presuntamente desde la zona amarilla, según sus familiares.
“Más de una vez tuve que arrastrarme con mi esposa y mis hijos de la habitación que da a la calle hacia otras habitaciones por los disparos intensos”, contó Hamed. “Se siente como un fuego que avanza por el barrio y estamos esperando que las llamas nos alcancen. Nadie puede detener este avance.”
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La mayor parte de Gaza quedó reducida a escombros
Desde octubre, Hamed fue desplazado varias veces y antes sólo llevaba lo necesario porque esperaba regresar pronto. Ahora teme que esta última expulsión sea definitiva.
El avance de la Línea Amarilla no solo desplaza a la gente, sino que también destruye sus hogares. Las fuerzas israelíes usan vehículos con explosivos para demoler edificios enteros en el este de Gaza, despejando zonas y bloqueando el retorno de los residentes. El jefe del ejército israelí, el teniente general Eyal Zamir, calificó la Línea Amarilla como una “nueva frontera”, que sirve como línea defensiva avanzada y zona de actividad operativa, y aseguró que mantendrán el control sobre amplias partes de Gaza.
Reem Mortaja, una joven de 27 años y vecina de Shujaiya, fue desplazada por undécima vez el mes pasado. Tras volver a su casa y reparar algunos daños, su familia tuvo que huir nuevamente al descubrir que un bloque amarillo se había colocado a pocos metros de su hogar. Poco después, su barrio fue destruido por bombardeos que redujeron las casas a escombros.
“El mundo cree que el alto al fuego está vigente, pero seguimos viviendo fases de guerra mientras la ocupación avanza sin que nadie la condene porque actúa rápido y en silencio”, denunció Mortaja. “Cada día hay avances, bombardeos o fuego de artillería. El desplazamiento nunca para y todo sucede en total silencio", cerró.
